Las persianas de la carnicería están cerradas y solo se observa el tímido resplandor de la luz que emana una veladora blanca. Un profundo silencio impera en el pasillo de aquel mercado, en el que algunos clientes se siguen de largo y tan solo giran la cabeza para observar la triste estampa.

El mercado Tomasa Esteves, en Salamanca, Guanajuato, uno de los principales centros de abastos de la ciudad, posee cerca de 500 comerciantes, pero muchos de ellos ya no pueden abrir sus puestos, ya sea porque son víctimas de la extorsión por parte del crimen organizado o porque fueron asesinados.

Y cuando se corre la voz de que se reanudaron las llamadas de amenazas para cobrar el derecho de suelo, varios de los propietarios de los comercios decidieron bajar las cortinas. Un día más sin generar ingresos, pero lo que es peor, un día más de pérdidas.

Los clientes, quienes estuvieron alejados de este mercado debido a la pandemia global por Covid-19, ahora cada vez son menos porque la mayoría de los negocios pusieron sus persianas abajo. Poco a poco los pasillos quedan vacíos y tan solo quedan firmes un par de sombras en el suelo reflejadas por los elementos de la Guardia Nacional que se sirven a cuidar el inmueble.

Aún están frescas en la memoria las imágenes del pasado fin de semana, en el que asesinaron a varios comerciantes de diversos mercados de Salamanca. Los comerciantes no están dispuestos a poner en riesgo su vida.

Despliegan operativo de vigilancia para el mercado

Mediante un comunicado oficial enviado por parte del Gobierno Municipal de Salamanca se informa que a fin de cuidar la seguridad de los locatarios de los mercados, proveedores y usuarios, la dirección de Seguridad Pública coordina filtros preventivos con la participación de la Guardia Nacional, Movilidad, Transporte y Vialidad, Servicios Públicos municipales, Fiscalización y Control.

Pero aquella veladora con la imagen de la Virgen de Guadalupe, que es acompañada de una solitaria rosa, es fiel testigo del temor que circula en el mercado Tomasa Estevez.

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Y aunque hay algunas personas que caminan por el lugar con su bolsa de mandado, caminan a paso acelerado y no se detienen por mucho tiempo. Compran y emprenden la marcha de nuevo. Se sienten vulnerables, expuestos. Tratan de disimular su temor. Parece que las sonrisas son maquillaje en sus rostros, pero debajo de aquella máscara de aparente disimulo, se esconden las muecas tristes y adoloridas de un pueblo que comienza a ser la víctima predilecta de los criminales.